La planta de la coca está en el centro de la vida cotidiana y de las prácticas rituales de los pueblos indígenas de toda Sudamérica. Cuando los hombres arhuacos se reúnen, por ejemplo, intercambian puñados de hojas de coca en lugar de darse la mano. Masticada junto con un poco de polvo de cal creado a partir de conchas marinas quemadas (carbonato de calcio, que actúa como catalizador), tiene un suave efecto estimulante que ayuda a la concentración y al pensamiento, pero sin los efectos altamente embriagantes de la cocaína refinada químicamente. Como ha señalado el etnógrafo Wade Davis, “comparar la coca con la cocaína es como comparar las papas con el vodka”.
La parafernalia básica para masticar coca ha permanecido prácticamente inalterada a lo largo de los milenios: una bolsa para contener las hojas de coca secas, un poporo (recipiente para el polvo de cal) y un palillo, que permite combinar la coca y la cal en la boca del masticador (ver video).
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