Entre los siglos VIII y XVI, el altiplano que rodea la actual Bogotá fue el hogar de un grupo de personas descentralizado y lingüísticamente diverso que ahora llamamos colectivamente los muiscas. Los caciques muiscas presidían una gran variedad de materiales valiosos, incluyendo textiles, metales, piedras preciosas, tabaco, coca y cera de abejas, y oficiaban los rituales de ofrendas colectivas. Los tunjos (figuras votivas hechas de tumbaga y fundidas con el método de la cera perdida) son componentes esenciales de las ofrendas, a menudo enterrados o depositados dentro de recipientes de cerámica junto con otros materiales, como cuentas de piedra y esmeraldas.